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Tema: Una ciudad de leyenda en la sierra de teruel

  1. #1
    Senior Member hablador Avatar de Ilis
    Fecha de ingreso
    13 Jul, 05
    Ubicación
    Sant Pere de Vilamajor (BCN)
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    Una ciudad de leyenda en la sierra de teruel

    BASTA YA

    No está de más advertir al viajero que ronde por las serranías de Albarracín que, a treinta y pocos kilómetros de Teruel, se topará con esta ciudad que les da nombre. No está de más advertírselo porque, si transita desprevenido por una carretera estrecha que se retuerce sobre sí misma, al salir de una curva corre el riesgo de que la silueta de Albarracín deje una huella indeleble en su ánimo.

    Quien llegue por primera vez, se quedará boquiabierto: son difíciles de olvidar las señoriales murallas que se encaraman sobre la montaña hasta perderse en lo alto. Lo es también el conglomerado de tejas rojizas que parecen cobijarse entre ellas para protegerse de los severos inviernos. Y, sobre todo, lo es el espectáculo de sus casas colgadas sobre el abismo.

    Los visigodos la levantaron sobre el nacimiento del río Guadalaviar, a más de mil metros de altura, y la ciudad se acomoda a los arbitrios del terreno. Y como se despereza al borde de un pronunciado meandro del río, le ha quedado forma de media luna. Añoranza quizá de su época mora, cuando le cambiaron su viejo nombre de Santa María de Oriente, por el del reino de taifas que la conquistó.

    Tras el impacto visual de la entrada, el viajero no debe amilanarse. Al contrario, debe continuar hacia arriba por la cuesta de Teruel, para recorrer el sinuoso trazado de las callejuelas.

    A lo largo de ellas le espera una interminable sucesión de palacios, viejos hoteles y edificios renacentistas. Como el caserón de la Brigadiera, desde donde cuentan, durante la guerra de la Independencia, la susodicha precipitó al vacío por una de sus ventanas a un francés que intentaba forzarla (el desventurado no sabía como las gastan las mañas).

    Albarracín fue señorío independiente hasta bien entrado el siglo XV, cuando sus señores tuvieron que dejar de andar pactando aquí y allá, entre el reino de Murcia, la corona aragonesa y los pretendientes que merodeaban desde la meseta, para plegarse finalmente al dominio del monarca de Aragón, eso sí, mientras pudo Albarracín conservó sus fueros. En fin, de su historia hay para contar mucho rato.

    Caminar por Albarracín es recuperar ese pasado que vibra en cada detalle. Por ejemplo, el empedrado, con su surco central para conducir el agua de la lluvia. O las farolas del sistema de alumbrado, descolgadas de las casa como las antiguas teas.

    Lo que más llama la atención, sin embargo, son las balconadas de madera, recortadas contra las blancas fachadas. Por su forma de palco, casi todas con se respectivo alero y muchas con varios pisos que recuerdan algún tradicional corral de comedias. Aleros, los hay en todas las casas, muchas de las cuales enseñan por los bajos la roca sobre la que se asientan. Y todas ofrecen las formas arquitectónicas más caprichosas: balaustradas que contradicen las leyes del equilibrio, miradores esquinados, etc.

    Son muchos los detalles que pregonan el señorío de Albarracín como por ejemplo las bellas labores de rejería en las ventanas y los picaportes, cuya forma suele ofrecer variadas muestras de la fauna de la zona: ranas, lagartos, cigüeñas .... Ciervo de forja no hay ninguno pero no hay que extrañarse si el visitante se topa con alguno de carne y hueso si realiza alguna escapa por la sierra.

    Los grandiosos portalones de entrada a los patios son, con frecuencia, marcos para puertecitas más pequeñas. Cuando alguna de ellas se abre hacia adentro, en silencio, despacio, es para dar paso a un anciano que sale trabajosamente, apoyado en su “gayata” (cayado), y se aleja calle abajo buscando alguna bancada de piedra para tomar el sol.

    En la porticada plaza Mayor, parece que en alguno de los soportales vaya a salir una mujer, con su saya y jubón y un canasto a la cabeza pregonando a todo pulmón las típicas “almojábanas dulces”. Si se espera un rato y no sale, no hay que rendirse, puede ser que decida aparecer junto a la fuente del Chorro, en el portal del Agua o en la misma casa de la Comunidad, porque Albarracín está llena de rincones donde sentarse y escuchar cualquier leyenda a poco que “enhebremos el hilo” con sus gentes.

    Por ejemplo, donde empieza el camino de Molina, bajo la puerta del Arco por el de medio punto que exhibe se puede admirar la casa “de la Julianeta”, un típico edificio esquinero que en los pisos más altos va ganando superficie hasta que sus aleros casi besan a los de las casas de enfrente. Cuentan que aquí es obligado echar una piedra a tierra y rezar una oración para honrar a Mercurio, protector de los caminantes.

    Para equilibrar lo pagano, el visitante, deberá visitar a continuación los bellos retablos de la Catedral, el palacio episcopal y la iglesia de Santa María, pensando en que ya descansará después. Pero en Albarracín no hay descanso, porque, siguiendo el camino de Rodeno, pronto empieza a sentir la emoción de echar marcha atrás por milenios.

    Flanquean el camino unas rocas, dicen que rojas como la boca del infierno. Sin embargo, cuando se llega al prado del Navazo, con su olor a pino, lo que se encuentra es una multitud de muestras de arte rupestre con una nitidez sobrecogedora. Hay sobre todo toros, rojos y blancos, acechados por estilizados cazadores armados con arco y flechas.

    Concluida la visita, se puede continuar por:

    Bronchales que, después de la capital, es la villa más activa de la comarca. Su clima suave, las fuentes y los pinares atraen a los veraneantes.

    Orihuela del Tremedal. Su iglesia es monumento histórico y su ayuntamiento del siglo XVI, con típica lonja de arcos, es una joya de arquitectura civil.

    Frías de Albarracín es un buen ejemplo del encanto que tienen los pueblos de la sierra, donde reponer fuerzas con un “perolico” de sopas de ajo, preludio de un ciervo estofado o un cordero asado o, mejor aún, al chilidrón o una trucha al estilo de Albarracín, para terminar con las dulces “almojábanas” en forma de rosquilla o de bollo.

    Una escultura de Gonzalo Vives, a 1.400 metros de altitud, señala dónde nace el río Tajo.

    Por la vida, ilis
    La vida o es una aventura excitante o no merece ser vivida.

  2. #2
    Senior Member participativ@ Avatar de luisde
    Fecha de ingreso
    08 Feb, 05
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    Ilis, eres un crac, tengo que volver a Albarracin para sentir todas estas cosas que un prosaico como yo no supo ver. Um abrazo. Luis.
    http://www.panoramio.com/user/880223
    Desde Canet en la Costa Este

  3. #3
    Senior Member hablador Avatar de Ilis
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    13 Jul, 05
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    Cita Iniciado por luisde Ver mensaje
    Ilis, eres un crac, tengo que volver a Albarracin para sentir todas estas cosas que un prosaico como yo no supo ver. Um abrazo. Luis.
    BASTA YA

    LUIIIIS, almenos, como buen prosaico que dices ser, el chilindrón y las almojabanas no dejarias de descubrirlas ¿O si?.

    Por la vida, ilis
    La vida o es una aventura excitante o no merece ser vivida.

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