Para mí, que crecí a la vera del Camping Soto del Castillo de Aranjuez, siempre fue una necesidad probar y vivir el mundo campista. Una de mis ocupaciones veraniegas de por entonces consistía en recorrer en bicicleta los tres kilómetros que separan Aranjuez del Camping Municipal para bañarnos en su piscina. Día tras día, verano tras verano, me iba ilusionando con ese mundo.

Crecí soñando que algún día tendría una caravana llena de pegatinas como la de la familia de Murcia que “veraneaba” todos los años en el Camping de Aranjuez. Los viejos y amarillentos paneles de esa caravana, tirada siempre por un destartalado Renault Gordini verde, los recuerdo como si los tuviese ante a mí en este momento. El coche no me llamaba la atención, mi padre tenía un Ford Capri traído de Alemania que era la envidia de mis amigos. La caravana si que me atraía. La veía como algo inalcanzable.



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