HISTORIAS DE UN…

Todos los años, más o menos por la misma época, cuando los días eran más largos y apretaba más el sol, salíamos de nuestro hogar cargado de maletas. Montábamos en el todoterreno y partíamos sin rumbo (o eso pensaba yo).

Manolo conducía, cristina a su lado, y yo siempre en la parte de atrás.
Me recuerdo saltando de alegría cuando llegábamos al garaje grande y enganchábamos aquella casa con ruedas con ese olor a libertad que tanto me gustaba. Tengo que reconocer, que las pri-meras veces, al mirar atrás, no sabia donde meterme, porque tenia la sensación de que aquel trasto me perseguía para pillarme. Pero poco a poco con el tiempo me fui acostumbrando.

Habitualmente después de un largo viaje con paradas entre medio, llegábamos a sitios donde había muchos árboles y mucha hierba. Todavía tengo aquella sensación tan agradable de saltar del todoterreno y buscar el árbol más grande y apartado, para vaciar mi vejiga apretada y desahogarme. Siempre, a pesar de notar que aquello no gustaba, yo seguía haciéndolo siempre que podía. No se si por vicio o necesidad, pero para mi era una gozada.
Tampoco olvido, cuando tumbado en mi hamaca particular, me llegaban aquellos olores de las barbacoas vecinales, que me hacían relamerme con solo imaginar.

Otras veces, las pocas, aparecíamos en sitios donde había mucha arena y mucho agua, aunque mas fría y salada que el agua de la bañera de nuestra casa. Pero aun con todo, disfrutaba mucho con aquellos baños entre olas.
También allí apreciaba malas caras, cuando tan jovial me acercaba al agua y correteaba por la arena. Nunca entendí que mal pudiera hacer, si lo único que pretendía era jugar.

Era curioso que en estos sitios donde había tanta agua y arena, Manolo solía tropezar muy a menudo, y Cristina como enfadada, le daba palmitas en la cabeza diciéndole que mirara hacia delante, entonces era cuando yo, celoso, aprovechaba y me acercaba a Cristina para reclamarle con mi mirada alguna para mi, que yo tan gustoso recibía.
Así que año tras año, esperaba a que los días fueran más largos y soleados, para poder disfrutar de más aventuras y hacer nuevos amig@s perrunos como yo.
¡Pero!.... ¡que largo se me hacia!

Ahora ya, como soy viejito, prefiero buscar donde quedarme tranquilito y sin tanto calor. Pero no quisiera despedirme sin mandar un lametón a todos los perr@s, con los que he compartido y disfrutado tantas aventuras a lo largo de estos años.

ARON
NOTA: este relato ficticio, es simplemente un recuerdo para el que realmente si fue un gran perro